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mayo 30, 2007

Domingo 30 de mayo de 2004

Ayer estuve con Carlos todo el día, él necesitaba una persona que le diese calma para soportar las histerias de su madre, los judiciales rondando su auto desvalijado y los vecinos morbosos con la misma pregunta “¿a usted se lo robaron joven?”. No es tema para este diario el describir cómo se robaron el auto de Carlos, lo importante es que justamente cuando íbamos camino a su casa, cada uno en su auto, estuve reflexionando que hace unos meses en esta misma situación mi histeria hubiese rebasado su neurosis. Me ponía de nervios que se pusiera de malas. Ahora no, ¿será que desde antes de salir de casa y parte de la noche del viernes estuve pensando qué era lo mejor que podíamos hacer? Evidentemente mis acciones ayer tuvieron razonamiento previo. Por ejemplo, al darse cuenta Carlos que los rines que compramos no eran de la medida de su auto, aventó la llanta; yo la tomé, la puse junto a mi auto y le dije, llamemos una grúa de plataforma para mover el auto de aquí, ya en casa es más fácil conseguir las cosas que debamos cambiar. Su lenguaje rebuscado en insultos hacia la mujer que nos vendió los rines no se hizo esperar por parte de Carlos. Pensó en quedarse en el auto y mandarme a mí a la Ronda a buscar el local para cambiar los rines. Se puso a patear lo que encontró ante su “impotencia”, en realidad el enojo no lo dejaba pensar, entonces me dije “hagamos algo inteligente”, tomé el boceto que hice en la clase de Fernando, le quité un trozo y lo usé para hacer una plantilla para ubicar donde debían entrar las perforaciones del rin. Esto calmó a Carlos y mientras yo sostenía el papel sobre el extremo del eje, él dibujaba la marca que dejaban los metalillos con rosca para poner los pernos. Lo mejor que pudo hacer mi ser fue dejarlo hacer su berrinche y actuar cuando su coraje no lo dejase pensar, afortunadamente tengo auto, de lo contrario, el día de ayer se le hubiese caído encima al pobre Carlitos.

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